19 de diciembre de 2013

Fe


Ahora somos la noche
fría y desmesurada
que se sumerge
por los huecos del alma,
endureciendo el corazón.

Somos la tierra fértil
que descansa
bajo el cielo estrellado,
albergue de las semillas
que nutrirán este cuerpo.

Somos la distancia
que nos separa,
de pronto un recuerdo
que nos va dejando.

Soy la abeja
que zumba en tu ventana,
me muevo con ansias
me aparto con miedo
pero sigo aferrada
a tu alfeizar.

Soy el globo blanco
sujeto a tu mano
a la espera de un viento
que decida mi suerte
y me deje contigo,
o me obligue a cambiar.

Soy el pichón en el nido
batiendo las alas
sobre la más frágil rama
y el precipicio mas temible
bajo mis pies.
Creo que esta vez
al fin,
me atreveré a volar.



Victoria Montes

11 de diciembre de 2013

El beso

Enterrada en la desgranada tierra nacía de la semilla el primer brote, abriéndose paso en el frío suelo, tocando el aire, descubriendo la noche en un limpio cielo de julio vestido de azul desplegando un circo de soles lejanos; el pequeño verdor vio a la luna redonda imperfecta. Ambos se miraron y encontraron en el otro su razón de ser. La noche se desgastó en estrellas fugaces y cantos de búhos; el joven brote observaba como la luna desaparecía tras las copas de los árboles que envejecían a su lado, desesperó mientras ella avanzaba ansiosa para ser noche otra vez y volver a verlo. Comprendió él, tras varios días, el juego de escondidas; trabajaba con la luz del sol esperando la oscuridad para extender sus tiernas ramas hacia arriba donde ella aparecía de nuevo. La luna dibujaba su sonrisa por primera vez para él; el brote miró a los demás árboles colosales a su lado, erguidos al cielo que parecían ya casi tocarla y por su sangre ardió el deseo de alcanzarla.
El amor creció con las estaciones que pasaban año tras año y a cada luna llena esperaba el pequeño árbol con ansias para verla completa, desnuda en sus formas, brillando eterna. El sauce se erguía, pero a pesar de sus esfuerzos por alzarse hacia el cielo caía de lado prisionero de su naturaleza. Pasaron las décadas y él acariciaba con sus finas ramas la tierra siendo refugio de amantes que se enredaban bajo su copa a la hora del amor; imaginaba que era tan alto como las secuoyas que crecían a su lado y encorvado soñaba con verla radiante pasar a su lado, acurrucarla en sus brazos y besarle la boca.

4 de diciembre de 2013

Ana a la medianoche

Abrió los ojos momentos antes de que el alba renaciera, no sabía si volvería a verla, ni siquiera podía estar seguro de que hubiese sido real. Por las cortinas entreabiertas de la ventana observaba el inicio del día, una vez más la niebla rodeaba la casa, no se veía más allá de ésta. Tratando de ordenar los pensamientos, Uriel salió de la cama y se dirigió a la ducha antes de comenzar sus tareas diarias. El agua caliente inundó el cuarto de un denso vapor y con las primeras luces de la mañana filtrándose por el ventiluz, el baño empezó a tomar un aspecto similar al de la laguna la noche anterior: con la luz de la luna llena surcando las aguas, con la bruma envolviendo los espesos eucaliptos que cerraban el paisaje, y con ella que llegaba lentamente, flotando en el agua, con su cuerpo desnudo y exquisito. Sus pensamientos se colmaron de aquella presencia, de su boca de fruta madura, sus labios cargados de deseo, sus ojos limpios como dos cristales reflejando las estrellas. La corriente la llevaba flotando lentamente hacía la orilla donde él estaba sentado fumando un cigarrillo; cuando la vio aparecer, el cigarro rodó por sus largos dedos hasta caer sobre el pasto. Era como un paseo por el paraíso, demasiado bella para ser real. Uriel la esperaba con ansias, con la boca seca y las manos sudorosas de frío; cuando la corriente comenzó a llevársela en la misma dirección desde donde la había traído, sin detenerse a pensar, se lanzó al agua para traerla a la orilla. Sólo tomó un momento; cuando subió a la superficie a respirar ella ya no estaba. Nadó en varias direcciones tratando de encontrarla pero no había rastros. Sólo quedaba un peculiar olor a flores que llenaba el aire de un aroma dulce; el lago se bañaba de colores en medio de la noche.